lunes, octubre 31, 2011

Fábula de la liebre y la tortuga (Anónimo)

Una tortuga y una liebre siempre discutían sobre quién era más rápida. Para dirimir el argumento, decidieron correr una carrera. Eligieron una ruta y comenzaron la competencia.

La liebre arrancó a toda velocidad y corrió enérgicamente durante algún tiempo. Luego, al ver que llevaba mucha ventaja, decidió sentarse bajo un árbol para descansar un rato, recuperar fuerzas y luego continuar su marcha. Pero pronto se durmió. La tortuga, que andaba con paso lento, la alcanzó, la superó y terminó primera, declarándose vencedora indiscutible.

Moraleja: Los lentos y estables ganan la carrera.

Pero la historia sigue: La liebre, decepcionada tras haber perdido, reflexionó y reconoció sus errores. Descubrió que había perdido la carrera por ser presumida y descuidada. Entonces, desafió a la tortuga a una nueva competencia. Esta vez, la liebre corrió de principio a fin y su triunfo fue evidente.

Moraleja: Los rápidos y tenaces vencen a los lentos y estables.

Pero la historia tampoco termina aquí: Tras ser derrotada, la tortuga reflexionó detenidamente y llegó a la conclusión de que no había forma de ganarle a la liebre en velocidad. Como estaba planteada la carrera, ella siempre perdería. Por eso, desafió nuevamente a la liebre, pero propuso correr sobre una ruta ligeramente diferente. La liebre aceptó y corrió a toda velocidad, hasta que se encontró en su camino con un ancho río. Mientras la liebre, que no sabía nadar, se quedó sin saber qué hacer, la tortuga nadó hasta la otra orilla, continuó a su paso y terminó en primer lugar.

Moraleja: Quienes identifican su ventaja competitiva y cambian el entorno para aprovecharla, llegan primeros.

Pero la historia aún no termina: El tiempo pasó y tanto compartieron la liebre y la tortuga, que terminaron haciéndose buenas amigas. Ambas reconocieron que eran buenas competidoras y decidieron repetir la última carrera, pero esta vez corriendo en equipo. En la primera parte, la liebre cargó a la tortuga hasta llegar al río. Allí, la tortuga atravesó el río con la liebre sobre su caparazón y, sobre la orilla de enfrente la liebre cargó nuevamente a la tortuga hasta la meta. Como alcanzaron la línea de llegada en un tiempo récord, sintieron una mayor satisfacción que aquella que habían experimentado en sus logros individuales.

Moraleja: Es bueno ser individualmente brillante y tener fuertes capacidades personales. Pero, a menos que seamos capaces de trabajar con otras personas y potenciar recíprocamente las habilidades de cada uno, no seremos completamente efectivos. Siempre existirán situaciones para las cuales no estamos preparados y que otras personas pueden enfrentar mejor. La liebre y la tortuga también aprendieron otra lección vital: Cuando dejamos de competir contra un rival y comenzamos a competir contra una situación, complementamos capacidades, compensamos defectos, potenciamos nuestros recursos…y obtenemos mejores resultados.



Una tortuga y una liebre siempre discutían sobre quién era más rápida. Para dirimir el argumento, decidieron correr una carrera. Eligieron una ruta y comenzaron la competencia.

La liebre arrancó a toda velocidad y corrió enérgicamente durante algún tiempo. Luego, al ver que llevaba mucha ventaja, decidió sentarse bajo un árbol para descansar un rato, recuperar fuerzas y luego continuar su marcha. Pero pronto se durmió. La tortuga, que andaba con paso lento, la alcanzó, la superó y terminó primera, declarándose vencedora indiscutible.

Moraleja: Los lentos y estables ganan la carrera.

Pero la historia sigue: La liebre, decepcionada tras haber perdido, reflexionó y reconoció sus errores. Descubrió que había perdido la carrera por ser presumida y descuidada. Entonces, desafió a la tortuga a una nueva competencia. Esta vez, la liebre corrió de principio a fin y su triunfo fue evidente.

Moraleja: Los rápidos y tenaces vencen a los lentos y estables.

Pero la historia tampoco termina aquí: Tras ser derrotada, la tortuga reflexionó detenidamente y llegó a la conclusión de que no había forma de ganarle a la liebre en velocidad. Como estaba planteada la carrera, ella siempre perdería. Por eso, desafió nuevamente a la liebre, pero propuso correr sobre una ruta ligeramente diferente. La liebre aceptó y corrió a toda velocidad, hasta que se encontró en su camino con un ancho río. Mientras la liebre, que no sabía nadar, se quedó sin saber qué hacer, la tortuga nadó hasta la otra orilla, continuó a su paso y terminó en primer lugar.

Moraleja: Quienes identifican su ventaja competitiva y cambian el entorno para aprovecharla, llegan primeros.

Pero la historia aún no termina: El tiempo pasó y tanto compartieron la liebre y la tortuga, que terminaron haciéndose buenas amigas. Ambas reconocieron que eran buenas competidoras y decidieron repetir la última carrera, pero esta vez corriendo en equipo. En la primera parte, la liebre cargó a la tortuga hasta llegar al río. Allí, la tortuga atravesó el río con la liebre sobre su caparazón y, sobre la orilla de enfrente la liebre cargó nuevamente a la tortuga hasta la meta. Como alcanzaron la línea de llegada en un tiempo récord, sintieron una mayor satisfacción que aquella que habían experimentado en sus logros individuales.

Moraleja: Es bueno ser individualmente brillante y tener fuertes capacidades personales. Pero, a menos que seamos capaces de trabajar con otras personas y potenciar recíprocamente las habilidades de cada uno, no seremos completamente efectivos. Siempre existirán situaciones para las cuales no estamos preparados y que otras personas pueden enfrentar mejor. La liebre y la tortuga también aprendieron otra lección vital: Cuando dejamos de competir contra un rival y comenzamos a competir contra una situación, complementamos capacidades, compensamos defectos, potenciamos nuestros recursos…y obtenemos mejores resultados.

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miércoles, octubre 19, 2011

Mi encuentro con la formación de usuarios

Para entrar en tema, acerco una definición de lo que se considera es la formación de usuarios:

Conjunto de actividades que desarrolla el bibliotecario para transmitir al usuario un conocimiento específico sobre el funcionamiento, recursos y servicios de información en la biblioteca.

Leo esta definición y pienso; ¿tengo que hacer docencia? Uh!!, que problema, esto a mí, no me gusta, yo no soy docente. No estoy preparada para eso. La negativa inicial. Y más tarde comienzo a reflexionar, pero…, si cuando un usuario viene a la biblioteca; me hace una pregunta sobre el material que está buscando y comienzo a explicarle donde lo puede encontrar , como usarlo, estoy haciendo docencia. Eso me hace pensar que en cierto sentido, estoy haciendo formación de usuarios. Releo la definición, si, me acerco; pero no son actividades planificadas; surgen de la necesidad de un usuario puntual.

Vuelvo a buscar en mis apuntes y leo: competencias del bibliotecario en su rol de formador

Capacitación pedagógica

Capacidad didáctica

Manejo de herramientas informáticas

Compromiso con su profesión

Dispuesto a la socialización

Capacitación permanente

Empatía

Humildad

Algunas me parece que las tengo, pero en otras estoy medio floja. Y la humildad, autocrítica mediante, no es una de mis cualidades.

Sin embargo, parece ser que la formación de usuarios es parte de mi profesión, y de lo que si estoy absolutamente segura es que el compromiso lo tengo. Habrá que planificar, diseñar y ejecutar planes de formación para los usuarios. Estoy casi convencida que lo que me invade es el pánico escénico; no es lo mismo interactuar con una persona que pararse frente a 10, 15 o 20 y llevar adelante una clase. ¿Será que tengo miedo de que mis usuarios hagan conmigo lo mismo que yo hago con mis profesores? Y aquí debería hacer un mea culpa, porque la primera vez que conozco a un profe, lo observo y lo etiqueto, no sé si está bien o está mal, pero me resulta inevitable. Si se que me resulta útil para tomar lo que me parece bueno de cada clase y lo que es negativo no usarlo cuando me toque estar la frente de mi plan de formación de usuarios.

Otra vez recurro a mis apuntes: “la formación de usuarios es formar un usuario autónomo, crítico, selectivo y creativo de información, que el aprendizaje sea significativo, sea para toda la vida. Donde pueda desarrollarse en cualquier unidad de información o servicio de información. Sabiendo la importancia de los servicios de información y referencia, como la importancia de la información para el desarrollo de su vida”.

De acuerdo en casi todo, pero me voy a dedicar a formarlo hasta un punto donde no sea completamente autónomo, no sea cuestión que ya no me necesite y me termine quedando sin trabajo.

jueves, septiembre 22, 2011

SER RECONOCIDO (anónimo)

José trabajaba en una planta empacadora de carne en Noruega. Un día cerca de finalizar su horario de trabajo, fue a uno de los refrigeradores para inspeccionar algo, dejando sus herramientas sobre una mesa antes de entrar. De repente la puerta se cerró y quedó atrapado dentro del refrigerador. Golpeó fuertemente la puerta y empezó a gritar, pero nadie lo escuchó, puesto que la mayoría de los trabajadores ya se habían ido a sus casas, y era casi imposible escucharlo por el grosor que tenía esa puerta.

Tras cinco horas en el refrigerador, pensó que moriría congelado. De repente se abrió la puerta. El guardia de seguridad entró y lo rescató.

Conocido el incidente, le preguntaron al guardia cómo se le ocurrió abrir ésa puerta si no era parte de su rutina de trabajo.

Él explicó: llevo trabajando en esta empresa 35 años y cientos de trabajadores entran a la planta cada día, pero él es uno de los pocos que me saluda en la mañana y se despide en las tardes. El resto de los trabajadores me tratan como si fuera invisible. Hoy me dijo “hola” a la entrada, pero nunca escuché el “hasta mañana”. Sabiendo que todavía no se había despedido de mí y viendo que se había cumplido hacía mucho su hora de salida, pensé que debía estar en algún lugar del edificio, por lo que fui a buscarlo y lo encontré.

FRASES Y PENSAMIENTOS - 09.11
Boletín Electrónico

Año 5. Jueves 1 de septiembre de 2011
Sitio Web: http://www.frasesypensamientos.com.ar Correo: webmaster@frasesypensamientos.com.ar Facebook: http://www.facebook.com/pages/Frases-y-Pensamientos/239021749027
Responsable: Leonardo Lucchetti

lunes, agosto 22, 2011

fuente: rincondelbibliotecario.blogspot.com

Ray Bradbury stand up: el humor de un "marciano"


Por: Patricia Rodón

Personaje complejo, Bradbury es un hombre simpático y a lo largo de su carrera como escritor ha dado miles de entrevistas en las que ha hecho gala de su singular sentido del humor. El autor de "Farenheit 451" hace gala de su ironía en estas citas tomadas de sus obras, textos y entrevistas.

Próximo a cumplir 91 años, Ray Bradbury es uno de los grandes maestros de la ciencia ficción, cuyas imaginativas novelas y cuentos lo transformaron también en un autor popular aun entre los lectores que no frecuentan este género.

Autodidacta, Bradbury (Illinois, Estados Unidos, 22 de agosto de 1920) es autor de Crónicas marcianas (1950), El hombre ilustrado (1951), Fahrenheit 451 (1953) y El vino del estío (1957), entre otras obras.

También ensayista y poeta, entre sus temas destacan, desde la perspectiva de las antiutopías, la censura, el racismo, la dependencia de la tecnología y de las máquinas, el miedo al otro y la angustia ante la amenaza bélica; asimismo, se adentra en el reino de lo fantástico y maravilloso en obras como El país de octubre, o en el realismo como en Las doradas manzanas del sol, en los que campea el lirismo.

Personaje complejo, Bradbury es un hombre simpático y a lo largo de su carrera como escritor ha dado miles de entrevistas en las que ha hecho gala de su singular sentido del humor.

Aquí, algunos de sus chistes “marcianos”:

“Dios debe de amarnos principalmente porque le causamos gracia”.

“La locura es relativa. Depende de quién te haya encerrado en la jaula”.

“Cuando la gente me pregunta de dónde obtengo la imaginación, simplemente me lamento: Dios, aquí y allá, hace un llamado a la locura”.

“Nunca he escuchado a quienes criticaron mi gusto por los viajes espaciales. Cuando esto ocurre, empaco mis dinosaurios y salgo de la habitación”.


"Hay peores cosas que quemar libros, una de ellas es no leerlos”

"Hay sólo dos cosas con las que uno se puede acostar: una persona y un libro”

"Sin bibliotecas, ¿que nos quedaría?; no tendríamos pasado ni futuro”.

“Usted no tiene que quemar libros para destruir una cultura. Sólo tiene que lograr que la gente deje de leerlos”.

“Los maestros están para inspirar, los bibliotecarios para cumplir”.

“A Asimov uno podría llamarlo una corneja pero no sería correcto. Isaac está en el negocio que mueve montañas, pero no las mueve, sino que come de ellas”.

“Las amebas no pecan. Se reproducen por división celular. No desean la mujer del prójimo ni se matan entre sí. Añádales a las amebas sexo, piernas y brazos y tendrá usted crímenes y adulterios”.

“¿Por qué clonar personas cuando se puede ir a la cama con ellas y hacer un bebé?”

“Continuamos siendo imperfectos, peligrosos y terribles, y también maravillosos y fantásticos. Pero estamos aprendiendo a cambiar”.

“Rodéense de personas que los quieran, y si no los quieren, échenlas”.

“No entiendo todo esto sobre las computadoras e Internet. ¿Quién quiere estar en contacto con toda esa gente? ¿Con quién quieres hablar? ¿Con todos esos imbéciles que están viviendo en todo el mundo en algún lugar? No quiero ni hablar con ellos en mi casa”.

“Más grande o más joven, el hombre gusta de jugar con juguetes. Internet y las computadoras son juguetes”.

“Cualquier cosa es buena si da resultado. Soy un verdadero pragmatista”.

“El trabajo cansa. Eso prueba que el hombre no está hecho para trabajar”.

“La vida es probar las cosas para ver si funcionan”.

“Si te gusta la vida, no es difícil mantener el sentido de la maravilla”.

“Yo no hablo de las cosas, señor. Yo hablo del sentido de las cosas”.

"Siempre pensé que uno muere todos los días y que los días son como cajones. En cada uno de esos días hay un yo diferente. Alguien a quien no conoces, o no comprendes, o no quieres comprender".

“La digresión es alma del ingenio. Tome los apartes filosóficos de Dante, Milton o el fantasma del padre de Hamlet y lo que queda son huesos secos”.

"Somos una imposibilidad en un universo imposible”.

“No estaba prediciendo el futuro, estaba intentando prevenirlo”.

“Los viajes al espacio nos harán inmortales”.

“Toca a un científico y toca a un niño”.

“La muerte quiere muerte. Se muere mejor si se sabe que a otros les pasa lo mismo. Es bueno oír que no se está solo en la tumba. Soy el guardián de ese resentimiento colectivo”.

“La vida termina como el resplandor de un film, una chispa en la pantalla”.

"Uno debe inventarse a sí mismo todos los días y no sentarse a ver cómo el mundo pasa allí adelante, sin que uno participe”.

“Si no te gusta lo que estás haciendo, entonces no lo hagas”.

“Bill, no lo hago con Windows”.

“La televisión, esa bestia insidiosa, esa medusa que convierte en piedra a millones de personas todas las noches mirándola fijamente, esa sirena que llama y canta, que promete mucho y que en realidad da muy poco”.

"La biblioteca, por otro lado, no tiene límites. La información está ahí para que la interpretes. No hay nadie que te diga qué pensar, que te diga si eres bueno o no. Lo descubres por ti mismo”.

“La ciencia no es más que una investigación de un milagro que no se puede explicar y el arte es una interpretación de ese milagro”.

“La ciencia ficción es la literatura más importante en la historia del mundo porque es la historia de las ideas. La historia de nuestra civilización comenzó así. La ciencia ficción es fundamental para que todo lo que hemos hecho y las personas que se burlan de los escritores de ciencia ficción no saben de lo que están hablando”.

“Todo lo que sueño es una ficción y todo lo que logramos es la ciencia. La historia de la humanidad no es más que ciencia ficción”.

“La cantidad produce calidad. Si sólo escribes unas cuantas cosas, estás condenado”.

“Si no se puede leer y escribir, no se puede pensar. Los pensamientos se dispersan si no se sabe leer y escribir. Tienes que ser capaz de observar tus pensamientos en el papel y descubrir lo tonto que eres”.

domingo, agosto 21, 2011

¡Cuidado con la Lobomanía!

Miguel Longarini (Desde Buenos Aires, Argentina. Especial para ARGENPRESS CULTURAL)

Cuando niño, me contaron una fábula en la que había un pastorcito de ovejas, que siempre engañaba a sus padres diciendo que venía el Lobo a comerlos, pero la realidad era que el Lobo no venía nunca y, fue así que luego de varios falsos alertas -el pastorcito- fue creando desconfianza hasta lograr que le restaran importancia a sus avisos y no se lo escuchó más. Eso fue así, hasta que llegó el día en que el Lobo vino de verdad, y el pobre niño, termina su historia abatido sin que nadie acudiera en su salvación. Aquí cabría poner que el Lobo se comió a todas las ovejitas y de postre a él, para luego finalizar con: Colorín “Colorado” este cuento se ha acabado. (lo de pensar que “El Colo peronista” podría ser uno de los Lobos) corre por cuenta de cada lector.

En mi etapa de traspasados los cincuenta, ya no me motivan los cuentitos por más bien contados que me lo ofrezcan. Es decir, que todos los Lobos que a diario me inventan, sé de dónde vienen y para qué. Me hacen pensar que quién me miente es el mismísimo Lobo, que con su astucia, miedo mediante y fabuladores multimediáticos en colaboración, preparan el terreno para el gran festín de comernos hasta el alma.

Me preocupa la Lobo manía, por ejemplo esto de asustar con la escasez de la carne y el dinero, la del combustible cada vez mas costoso y muy demandado…Es que se anuncia malaria en medio de un panorama de real y hasta grosera abundancia para los sectores medios y altos, palpable para quién sin miedo al Lobo, puede apreciarlo de saber vivir nomás. Me sorprende la gente que se supone, debe haber enloquecido endeudándose para vacacionar, comprar autos y 4x4 de muy buen valor, motos, bicis, plasmas de mil pulgadas, aviones que salen llenos, viajes al extranjero, aumentos en las ventas de los Shopping, electrodomésticos y hasta el derrame de tanta suntuosidad para algunos negritos que, se sentencia, no deben tenerlas, por ser negros nomás. Tal vez esta locura de consumo con inflación producida, estimo, por los viejos Lobos, haya provocado un desequilibrio emocional y, antes de que el abismo los venga a llevar, los desahuciados medio clases, piensan en terminar sus vidas llenos de deudas. Insisto con este punto, considerando que las noticias son que no hay un mango ni para ayudar a dar vuelta la tortilla… Quiere decir que tanto movimiento se hace sin dinero y aguante quién aguante…

A cuidarse mis pares –seres humanos bien nacidos de tanto depredador suelto, lanzado al llano político con cartel de corderito…

Tal vez, de tanto miedo puede suceder que pueda estar pasando algo parecido a una epidemia de ceguera colectiva como nos habla Saramago (1) en “Ensayo para Ciegos” (2): Creo que No nos quedamos ciegos, creo estamos ciegos: Ciegos que ven. Ciegos que, viendo, NO VEN.

Notas:
1) José Saramago http://es.wikipedia.org/wiki/Jos%C3%A9_Saramago
2) Ensayo sobre la Ceguera http://es.wikipedia.org/wiki/Ensayo_sobre_la_ceguera

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domingo, julio 03, 2011

Anécdotas literarias

Si son auténticas o no, o si ocurrieron tal como se transmiten (en el mismo escenario, entre las mismas personas, con las mismas palabras) no lo sabremos –probablemente– nunca.

Lo cierto es que, míticas o no, las anécdotas literarias (las anécdotas con escritores) son interesantes de leer y a veces, incluso, arrojan una que otra verdad o reflexión memorable. Veamos algunas de las que circulan:

Escribir para saber
Le preguntaron al escritor estadounidense Saul Bellow cómo se sentía después de ganar, en 1976, el Premio Nobel de Literatura. “No lo sé –respondió–. Aún no escribí sobre eso”.

El vicio todo lo puede…
En 1942, durante el sitio de los nazis a Leningrado, el brillante teórico de la literatura Mijail Bajtin –fumador empedernido, tomado por el vicio– usó todas las páginas de un manuscrito para enrollar el tabaco y armar cigarrillos. ¿La obra perdida para siempre? Un libro sobre novelas de aprendizaje, que luego nunca reescribió.

Hombres de pocas palabras
Víctor Hugo, de vacaciones, estaba ansioso por saber la suerte que estaba corriendo la publicación de Los miserables, así que escribió a su editor esta sugestiva mivisa: "?". El editor le respondió: "!", y de este modo participaron del intercambio epistolar más breve de la historia.

Entredicho transatlántico
Los padres de Pío Baroja tenían una panadería y no les sobraba el dinero. Sabiendo esto, Rubén Darío, malicioso, definió así sus habilidades artísticas: "Es un escritor con mucha miga, se nota que es panadero". La respuesta de Baroja, en el mismo tono, no se hizo esperar: "Rubén Darío es un escritor de buena pluma: se nota que es indio".

Ironías borgeanas por tres
Borges firma ejemplares en una librería del centro porteño. Un joven se acerca con Ficciones bajo el brazo y le dice: "Maestro, usted es inmortal". Borges le contesta: "Vamos, hombre. No hay por qué ser tan pesimista".

Lo invitan a Borges a un gran congreso internacional de psicoanalistas y psiquiatras en los Estados Unidos, a fines de la década del 60. Es el único escritor en el encuentro y le preguntan: “Maestro, ¿cómo se siente al ser el único escritor entre tantos psicoanalistas?”. Borges mira cómplice a María Kodama y se pone a reír: “En realidad estoy entre mis pares, ¿no es acaso el psicoanálisis una rama de la literatura fantástica?”.

Mañana de octubre de 1967, Borges está al frente de su clase de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires. Un estudiante entra y lo interrumpe para anunciar la muerte del Che Guevara y la inmediata suspensión de las clases para rendirle un homenaje. Borges contesta que el homenaje seguramente puede esperar. El estudiante insiste: "Tiene que ser ahora y usted se va". Borges no se resigna: "No me voy nada. Y si usted es tan guapo, venga a sacarme del escritorio". El estudiante amenaza con cortar la luz. "He tomado la precaución", retruca Borges, "de ser ciego esperando este momento".

Boletín de LibrosEnRed Nº 125

28 de junio de 2011

viernes, mayo 20, 2011

Tener o no tener

María Luisa Etchart (Desde Costa Rica. Especial para ARGENPRESS CULTURAL)

En algunos de los idiomas modernos el verbo “ser” y “estar” es uno sólo, como por ejemplo en inglés y francés (to be y être) mientras que en castellano se separan para distinguir entre lo que es (intrínsecamente) y lo que está (temporalmente). No siendo una lingüista, no puedo explicar los motivos por los que existe esta diferencia.

Acudo al famoso “to be or not to be” de Hamlet, que tan bien expresó Shakespeare. Allí la disyuntiva es “si es más más noble soportar en la mente las hondas y flechas del atroz destino, o tomar armas contra un mar de problemas y, oponiéndose a ellos, terminarlos”. En este caso, habría también una disyuntiva: la de sufrir casi permanentemente o ejecutar una acción buscando una solución.

De pronto, me encuentro enfrentada al verbo que es de un solo significado en todos los idiomas: TENER. Y me sorprendo al ver que, en realidad, persiste la disyuntiva: se puede tener calor, hambre, fiebre, miedo, curiosidad, pero esto no significaría algo permanente, sino transitorio. Pero también este verbo tiene un significado al que el ser humano le ha dado una connotación más perdurable: tener, poseer, ser dueño de, etc.

Es allí hacia donde ahora me dirijo, hacia el tener como si fuera casi un valor absoluto: Bill Gates tiene x millones de dólares, Estados Unidos tiene unas fuerzas armadas de x hombres, los William Alzaga tienen varias estancias que suman miles de hectáreas, muchas de las “estrellas” de Hollywood tienen varias residencias suntuosas y el señor XX, ése que vive en esa mansión, tiene propiedades innumerables, lo que lo convierte en un señor muy importante.

En este punto me surge un pensamiento increíble de Jiddu Krishnamurti: “La acumulación trae dolor”, o un versículo del Bhagavad Gita: “Tu único motivo para trabajar es poner a otros en el camino del deber”. Nuevamente, el contraste. No puedo evitar que, cada vez en forma más acuciante necesite comprender el alcance de “tener” y su relación con lo que realmente somos, habitantes mortales de un planeta donde conviven elementos naturales, que nadie fabricó, sino que estaban allí (supuestamente para todos), como la tierra, el agua, los miles de especies vegetales y animales.

Sin embargo, cada vez en forma creciente se nos va inculcando la importancia, la casi necesidad de “tener”, de poseer como si fuera una condición necesaria para ser, para disfrutar, para vivir en armonía. En cierta parte de mi vida, me trasladé con mi compañero y una hija recién nacida a un lugar de la selva misionera. El gobierno te “daba no en posesión pero sí para ser usadas” 25 hectáreas de terreno, con la única condición que la trabajaras, la hicieras producir. Confieso que jamás había trabajado la tierra, pero la posibilidad de aprender a hacerlo, de vivir una vida totalmente distinta a la que conocía, sin contar con luz eléctrica, ni agua corriente, con distantes vecinos de origen indígena, y rodeada de una naturaleza de una exhuberancia asombrosa, hizo que persuadiera a mi compañero de que debíamos intentarlo. 25 hectáreas, en terreno de colinas, caminos de tierra roja y piedras, con un bellísimo arroyito que pasaba por allí y a unos 1000 metros del Río Paraná, con pesca abundante y peñascos maravillosos, que daban el nombre al lugar: Teyú-Cuaré (Cueva del Lagarto) porque la leyenda decía que en esos peñascos estaba la entrada de la cueva de un gigantesco lagarto que ingresaba por allí y pasaba por un túnel debajo del río para emerger del otro lado, en territorio paraguayo.

Nos llevó muchísimo tiempo recorrer esas hectáreas palmo a palmo, como para conocerlas. Por eso me resulta ridículo pensar que un señor con suficientes billetes puede comprar miles de hectáreas y creer que las posee. La relación con la tierra, con la naturaleza es lenta, de respeto mutuo, de acariciarla con tus manos mientras plantas, de cuidar cada plantita con amor, de descubrir cada día una nueva especie vegetal o animal y aprender de los nativos sus usos y costumbres, sus propiedades medicinales, no es recorrerla en un vehículo 4 x 4 sólo calculando cómo podrás hacer que te produzca dinero con el esfuerzo ajeno a quien pagarás lo menos posible y reemplazarás por gigantescas maquinarias sin el menor sentimiento de amor y admiración hacia ella.

Una mañana apareció por el camino que venía del pueblo más cercano un anciano con un pequeño bolso de mano. Se llamaba Patricio Franco, y había vivido allí hacía muchos años, antes de marcharse hacia la Capital llevado por uno de sus hijos que allí vivía. Había llegado a pedirnos si podía vivir con nosotros, ayudarnos e instruirnos en los secretos del lugar. No quería dinero, sólo nuestra compañía y que le permitiéramos reencontrarse con el lugar que tanto amaba.

El me enseñó a plantar, a fabricar carbón, a cómo curar las picaduras de tantos insectos, y, lo que jamás olvidaré, a cómo relacionarme con las serpientes. “Puedes,” –me dijo- ir siempre con un machete en la mano y decapitar a cualquier serpiente que se te presente, o puedes mandarles un mensaje mental diciéndole que te respete, porque estás dispuesta a dejarla pasar y respetarla. De acuerdo a mi naturaleza, elegí por supuesto esta última opción y creo no haberme cruzado con menos de 500 serpientes venenosas durante los años que allí estuvimos sin que jamás ni una sola pretendiera atacarme a mí o a mis hijitos.

Así pasaron unos pocos años, en que nacieron dos hijos más, años que fueron de increíble aprendizaje sobre la vida, la naturaleza, las relaciones humanas basadas en la cooperacion, la aceptación de la muerte y de los fenómenos naturales que me enseñaron los queridos guaraníes y miles de experiencias que creo me enriquecieron como ser humano.

El retorno de Perón con su incomprensible escolta de la estúpida Isabelita y el brujo (que sin duda era agente de la CIA) fue cambiando todo. Un par de diputados peronistas comenzaron a apoderarse de las tierras, a hacer talar cuanto árbol había para la siembra de productos con químicos, que fue un predecesor de las actuales siembras de soja, la permanente presencia de Gendarmería acosándonos como si fuéramos terroristas, nos fue desalentando y terminamos, luego de cinco años, por marcharnos luego de haber podido construir una hermosa casa con lajas rosadas extraídas de la montaña y usando la tierra roja como arcilla unidora y la paja brava para fabricar un techo absolutamente resistente a las abundantes lluvias.

Ahora que ese modelo se ha impuesto como norma, que las tierras son poseídas por seres codiciosos e inescrupulosos a quien sólo conmueve el mantra “one million dollars” creo que es hora que nos preguntemos sobre el significado de “tener”.

Para donde miremos veremos seres que tienen la fiebre de la acumulación, de la posesión, como si jamás pensaran que no tendrán adónde llevarse todo lo que reúnan al morir, y se auto-justificaran en su egoísmo rapaz mientras los idiotas útiles los miran hasta con envidia, deseando secretamente poder llegar ellos también a “tener mucho”, no a ser mejores personas.

Lamentablemente, las nuevas generaciones se ven bombardeadas de estos mensajes desde el vamos. Los programas de estudio no incluyen preguntas fundamentales, no hay lugar para los cuestionamientos al modelo, sólo hay que agachar la cabeza, tratar de obtener títulos y lanzarse luego a inmolarse al mercado sin tener la posibilidad de pensar, de elegir, de dudar sobre los valores que se les inculcan

Todo se mide por lo que “tienes”, aunque eso sí es una utopía pues nada tienes, salvo tu propio ser y la posibilidad de ser cada día mejor para ti y para el todo. Para describir a una persona actualmente se dice: “ES (profesión), TIENE (propiedades o dinero o riquezas de algún tipo), TIENE tal número de HIJOS (como si los hijos fueran objetos de propiedad de alguien en vez de maravillosos seres únicos con derecho a elegir su vida)”.

Por eso, aconsejo recurrir al idioma y volver a analizar qué es SER, qué es ESTAR, qué es TENER.

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Publicado por ARGENPRESS en 14:54

Etiquetas: María Luisa Etchart, Reflexiones

jueves, mayo 19, 2011

Un grande que ya no está

Un cuento de Roberto Fontanarrosa

El gaucho renegáu Inodoro Pereyra y el marine Boogie el aceitoso son, sin duda, dos de los personajes que ya forman parte de la cultura popular argentina. Por ellos, su autor, el rosarino Roberto Fontanarrosa (1944), es hoy uno de los representantes más importantes de una riquísima tradición de dibujantes humorísticos. Al mismo tiempo, el "negro" Fontanarrosa ha incursionado en el terreno de las letras con la publicación de libros de cuentos y novelas: Los trenes matan a los autos, Best Seller, El mundo ha vivido equivocado, El área 18, La Gansada, No sé si he sido claro, Nada del otro mundo, El mayor de mis defectos, Uno nunca sabe y La mesa de los Galanes. De este último libro –editado como el resto de su obra por La Flor- hemos recogido el relato "Maestras argentinas: Clara Dezcurra".
El cuento fabula el origen de la inoxidable consigna de escritura que atravesó –más como estereotipo que como producción real- la escolaridad argentina: "composición tema la vaca". Lo cómico –para decirlo de algún modo- reside en que la pionera decisión de Clara Dezcurra, allá por el 1840, resulta justificada doblemente: en primer lugar, porque se contraponía a la redacción típica de la época (el viaje alrededor del escritorio, en la invención de Fontanarrosa); en segundo lugar, porque, en medio de los mataderos y en el país de la carne vacuna, el tema de la vaca respondía a los intereses y experiencias directas de sus alumnos.


Maestras Argentinas: Clara Dezcurra
de Roberto Fontanarrosa

Clara Dezcurra toma la pluma y escribe la fecha: "16 de Julio de 1840". Luego, con la misma letra minúscula y erguida, agrega el encabezamiento: "Querida Juana". Finalmente, tras alisar el papel que tiene la textura y la consistencia del hojaldre, embebe la pluma en la tinta negra, y redacta: "Ayer decidí cambiar el método que siempre utilizamos. Quise darles a mis chicos una alternativa diferente que los arrancara de la enseñanza rutinaria. Esta vez, en la clase de Habla Hispana, dejé de lado nuestra clásica composición 'Voyage autour de mon bureau' y quise sorprenderlos con algo propio, conocido, cercano. Fue entonces cuando les propuse escribir sobre 'La Vaca'."
Clara Dezcurra no lo sabe, pero ha introducido un hábito de escritura que será, luego, por décadas, indicador y modelo en las escuelas criollas.
En realidad, poco y nada decía para sus alumnos la temática de la anterior composición-tipo, "Voyage autour de mon bureau" ("Viaje en derredor de mi pupitre") impuesta por el maestro modernista francés Alphonse Chateauvieux a fines de 1815. La escuela de Clara Dezcurra, apenas un simple salón de tierra apisonada, no tiene pupitres, ni bancos, ni siquiera sillas. Los alumnos se apretujan sentándose en rejas de arado, tocones de ceiba o simples calaveras de vaca que relucen como si fuesen de mármol. La calavera de vaca es el asiento más fácil de conseguir, el más frecuente, porque la escuela nocturna de la señora Dezcurra es, durante el día, un matadero clandestino.
Clara humedece con la saliva de su lengua el reborde pringoso de la tapa del sobre donde ha metido la carta. Lo cierra y luego, aprovechando el calor del candil que la alumbra malamente, derrite casi un centímetro de lacre sobre el vértice de la juntura. Le llega, desde afuera, el olor pesado que viene desde el saladero de cueros, el tufo casi irrespirable a pescado podrido de la costa, y el mugido profundo de algún animal que ha olfateado, quizás, el aroma premonitorio de la sangre.
La escuela ni siquiera está en el centro de Buenos Aires. Ahí, frente al portalón de la Iglesia de los Cordeleros, como se lo había prometido don Juan Lezica, cuando era alguacil segundo del Municipio, para luego decirle que, aquello, era imposible. El episcopado, o, mejor dicho, el obispo Alcides Melgarejo, le había recordado a Rosas que no debían permitirse escuelas ni queserías en las proximidades de los templos. Y entonces le habían dado a Clara ese quincho --porque de otra forma no se lo podía denominar-- cerca de los corrales de Mataderos, a metros de la puerta de Santa Brígida, detrás del saladero de don Felipe Echenaugucía. Y la escuela era nocturna. Y los "chicos", como ella los denominaba, eran ya gente grande: puesteros de los corrales, matarifes, carreros cachapeceros, pero muy especialmente, federales. Hombres de la Santa Federación que llegaban a clase luciendo la divisa punzó, mazorqueros que, en el primer día de clase, habían degollado a un negro por robarse una goma de borrar.
Clara, todas las tardes, mientras escucha dar las siete en el carrillón de la Merced, baldea el piso para quitar los oscuros cuajarones de sangre que quedan de la actividad del frigorífico clandestino, y echa hacia los potreros las reses que no han sido aún sacrificadas. Espera, en tanto, desde el Alto Perú, la respuesta de Juana, su compañera de promoción. Intuye que su puesto al frente de la precaria escuela peligra. Sin ella saberlo, ha permitido la inscripción de más de un unitario. Algunos le han confesado su condición, como Juan José Losada. Otros le han dicho que la vincha celeste que llevan recogiéndoles el pelo, es en honor de la bandera. "Pero nadie viene a controlar lo que pasa en estos parajes, Juana --le ha escrito a su amiga--. Estamos dejados de la mano de Dios. Mis chicos escriben con trozos de ladrillos o pedazos de tripa gorda y yo utilizo las paredes como pizarra. Don Martín de Agüero me ha prometido tizas, pero me dicen que el barco que las trae encalló en las proximidades de Recife."
Un zambo iza la bandera. Le dicen "Falucho", pero es en broma. Tomó parte del sitio de El Callao, pero no logra aprender la tabla del cuatro. No ha llegado aún al país el sistema inglés de los palotes, y los alumnos trazan una línea acá, otra allá, sin ton ni son, sin orden ni medida. Clara es la primera en entonar "Oda a la Bandera", de Balmes y Vespuci. Hija y nieta de educadoras, recuerda las anécdotas de su abuela, Irma Dezcurra, de cuando aún la joven nación no tenía divisa, antes de que don Manuel Belgrano la crease. Los niños --contaba la anciana-- se reunían en los patios escolares antes de entrar a clase y no sabían que hacer. Daban vueltas sobre sí mismos, se chocaban entre ellos o giraban tontamente como tiovivos sin acertar con una conducta. Alguno, quizás, gritaba consignas emotivas, o repartía chanzas contra los españoles. Alguna maestra, tal vez más devota, entonaba salmos religiosos. Hubo quien --recordaba abuela Irma-- aguardando la entrada a clase, se empecinó en vocear los números de la lotería de cartones, el juego que tanto entusiasmaba a Manuelita, y así nació la "cifra", el canto que, junto a vidalas y pericones, habría de animar numerosas y encendidas veladas patrias.
Clara come un pastelito dulce y lo acompaña con té de cardosanto. La respuesta de Juana Azurduy tarda en llegar. Hoy Clara ha tenido que sosegar a un federal muy alcoholizado. No la desvela tanto la indisciplina, pero se le duermen en la clase. Y a veces se pelean. Los mazorqueros sospechan que uno de los muchachos es unitario. Es un mozo joven, bien parecido, que viene siempre de bombachas de fino fieltro y botas altas. Tiene la patilla larga que baja y dobla luego hacia arriba, para unirse con el bigote, dibujando una "U" provocativa. Pero los mazorqueros aún no han llegado hasta ese punto del abecedario. Solo Isidro Gaitán, un sargento, puede memorizar las letras hasta la hache que, al ser muda, lo desconcierta. Los demás apenas si se han familiarizado con las letras hasta la "D". Clara duda si continuar con la enseñanza. Apenas sus chicos descubran que la "U" tiene un dibujo similar al que se lee en las mejillas del joven unitario, puede arder Troya. Clara no quiere tener más problemas con el gobierno. Pero habrá de tenerlos.
Antes de que llegue, por fin, la carta de Juana, ya don Artemio Soto conoce la noticia de su innovación pedagógica. Algún mazorquero la ha comentado en algún boliche. Tal vez un tropero alcanzó a contar las desventuras de su composición-tipo cerca del oído de algún correveidile del poder. Tras seis meses de espera, la carta de Juana llega, como una premonición, días antes que la de Domingo Faustino Sarmiento.
A la luz vacilante del quinqué, Clara lee la esquela de su amiga. "Tené cuidado, Clara" es todo el texto, entre sucinto y fraternal. Sin duda Juana, preocupada, consciente del tiempo que llevará a su carta llegar de nuevo hasta la capital, optó por escribirla lo más rápido posible, casi con características telegráficas.
Clara bebe una copita de oporto, al que enturbia con hojas de regaliz. Duda si abrir o no la carta de Sarmiento. Sin embargo, la redacción de esta, lo comprobará luego, es de advertencia mas no llega a sonar admonitoria. "No veo de buen grado --le escribe el sanjuanino-- el cambio por usted introducido en la enseñanza de nuestra lengua criolla. Somos un país incipiente que requiere de ejemplos y el modelo del maestro Chateauvieux aún está en vigencia. Somos todavía como el joven retoño que precisa de la rectitud y firmeza del tutor para crecer derecho."
Clara garrapatea una carta de respuesta plena de formalismos y ambigüedades, lejos de su habitual estilo franco, y decide continuar con sus planes. La hace persistir en su esfuerzo el entusiasmo que observa en sus alumnos. Por primera vez, muchos de ellos escriben más de dos páginas de composición, cuando con el tema "Viaje en torno a mi pupitre" algunos no alcanzaban ni a los tres renglones. Un matarife de Achiras Altas, Juan Sala, redacta, incluso, casi diez páginas de un relato estremecedor, fruto de su conocimiento de la tropa vacuna. Tiempo después, será la base de un libro paradigmático: Amalia.
Josefa Paz de Hurlingam invita a Clara a tomar chocolate en su casa de la bajada del Marquesado. Recibe en una sala solariega desde donde se ve el patio interno de la casa, impregnado con un perfume fresco a magnolias, glicinas y santarritas. Hay un jardín, también, con lilas del lugar y patos criollos. Una morena carabalí sirve el chocolate en bandeja cubierta con una mantilla bordada por la misma señora Josefa. Josefa le cuenta a Clara, animosa, que en el colegio adonde va su hija, en clase de Habla Castellana le pidieron una composición sobre el tema "La Vaca". Josefa cuenta esto con risa amable y, cada tanto, se toca el ñandutí de su pechera impecable.
Clara no tiene tiempo ni de alegrarse. A la noche siguiente, una frágil figura desciende de una calesa frente a su escuela, siendo de inmediato rodeada por perros coléricos y becerros supervivientes. El nocturno visitante es don Benito Agudo Ersilbengoa, mano derecha del nuncio apostólico y amanuense del alguacil Ordóñez. "Hemos recibido las quejas de Monseñor Brizuela --comunica a Clara Dezcurra-- con respecto al tipo de temas que usted está haciendo escribir a sus alumnos."
Clara conoce bien a monseñor Brizuela. Se corren muchos rumores en torno a su persona. Se decía de él que a su arribo a nuestras costas, cuatro años atrás, era un hombre afable y comprensivo. Pero que había sufrido un doloroso accidente durante las invasiones británicas, cuando transportaba trabajosamente un pilón con aceite hirviendo. Aquella desgracia, se comenta ahora, ha dado origen a la sabrosa fritura de pastelería puesta en boga por todos los panaderos: la "bola de fraile".
"Es indigno --continúa don Benito Agudo Arsilbengoa-- que nuestros guardias federales, nuestros soldados, sean obligados a escribir sobre un tema tan poco épico y glorioso como el que usted les impone."
Clara comprende que ha llegado el momento de defender sus convicciones. Escribe a Sarmiento explicando su postura y la ventaja de educar a sus alumnos a partir de vivencias que a ellos les sean familiares. Seis meses después, puntualmente, recibe la contestación. Y de allí en más, día a día, irá recibiendo cartas del maestro sanjuanino. Sarmiento no falta un solo día al Correo. Algunas de sus cartas, no todas, muestran sobre el pergamino largos trazos de un pegote blancuzco, como si alguien hubiese moqueado sobre ellos. Clara deduce que Sarmiento las ha escrito bajo su histórica higuera, buscando aislarse, tal vez, de los rayos solares.
"No me opongo a que usted trabaje sobre 'La Vaca' --le dice el autor de Facundo-- en lugar de hacerlo sobre el modelo francés. Habrá un día, solo Dios puede saberlo, en que nuestro país se quitará de encima la influencia europea, y quizás entonces usted será considerada una precursora. Pero déjeme sugerirle otra variante; ya que el debate se ha instalado en torno a si es conveniente o no gastar papel, tinta e ingenio sobre un animal tan rasposo y de índole infeliz como la vaca le propongo que sus composiciones sean sobre otro animal todavía más cercano y afín a nuestra tradición libertaria como el caballo. Más de uno de nuestros centauros, que regaron con su sangre generosa el suelo americano, sabrá agradecérselo."
Clara lo piensa. Supone, con su intuición de maestra, que el del caballo puede ser un paso posterior. Incluso no deja de lado la gallina, con su doméstica convivencia. Pero la cercanía de los corrales, la vital actividad del matadero y, fundamentalmente, la creciente importancia del ganado vacuno en la suerte de nuestra economía, la deciden a continuar con el plano trazado.
Es febrero de 1845 y el formidable estío de Buenos Aires embalsama la brisa con aromas fuertes. Clara ha recibido el paso del aguatero llenando dos odres grandes para sus muchachos. La composición-tipo "La Vaca" se emplea ya en casi todos los establecimientos educacionales de la ciudad. Hasta las familias patricias que contratan institutrices británicas han encontrado pertinente el uso de la redacción impuesta por Clara Dezcurra. Sentada sobre una rueda de carro, Clara observa el patio a través de la puerta del salón. El calor del día ha exacerbado el olor a bosta y escucha las risotadas de sus chicos disfrutando el momento plácido del recreo. Se oye el punteo de alguna guitarra, alguna relación intencionada, el repique constante de un tamboril. De pronto alguien grita, hay un revuelo. Clara presta atención, inquieta. Sus muchachos son buenos, pero si se los vigila son mejores. Escucha un violín y se estremece. Son los sones de la "refalosa", la danza con que los mazorqueros acompañan los saltos despatarrados de sus víctimas cuando resbalan sobre su propia sangre. Clara se levanta y sale a ver qué pasa. Pero, en este caso, la víctima ya ha caído sobre el patio de la escuela. Es Juan José Lozada, el joven unitario de las patillas en "U". Lo han degollado. Ante la pregunta enérgica de Clara, nadie dice saber nada, nadie dice conocer a los asesinos. Pero hay risas torvas, sofocadas. El grupo de mazorqueros se aleja un tanto, empujándose unos a otros, como sorprendidos o avergonzados por la reprimenda.
Clara escribe a Juana, el 24 de febrero de ese año. "Los eché a todos. No me importa, Juana, que sean mazorqueros, hombres del Restaurador de las Leyes o lo que sea. Hoy degüellan a un compañero y mañana pueden llegar a hacer cosas peores. A estas situaciones hay que cortarlas de raíz, antes que pasen a mayores." Entre los expulsados de la escuela está el sargento federal Anacleto Medina, héroe de Cepeda.
Clara estudia al jinete que ha llegado hasta su escuela. Ella estaba calentando agua en la pava de latón peruano para prepararse un caldo, cuando escuchó el galope. El hombre es un soldado de Rosas y le estira en la mano, un rollo de papel sujeto con una cinta: por supuesto, punzó. Clara desenrolla el mensaje y lee el texto. La trasladan. Ha estado dando clase durante siete años en un tinglado con piso de tierra que, durante el día, hacía las veces de frigorífico clandestino. A pocas varas del matadero de reses y del solar donde se envenenan los cueros. Alumbrándose con velas de grasa. Educando a una clase compuesta por matarifes, soldados federales, negros, zambos, convictos, renegados y mal entretenidos. Ahora la letra pareja y grande del Restaurador le indica que será trasladada a un lugar de menor jerarquía. No lo dice con esas palabras. "La patria --le escribe Rosas-- demanda de usted un nuevo sacrificio. Y hemos decidido destinarla a una escuela marginal, con alumnos que detentan problemas de conducta. Sé que usted, con su firmeza de espíritu, sabrá encarrilarlos y superar los problemas de presupuesto que, de aquí en más, habrá de sufrir."
Clara Dezcurra sabe que ya no tiene sentido aguardar el cargamento de tiza. Intuye que su alejamiento obedece, más que nada, a su particular obcecación en persistir con el tema de "La Vaca".
"Creo que todo ha sido inútil --escribe a su amiga Juana--. Comprendo que, hoy por hoy, se hace muy difícil cambiar algo de lo ya dispuesto. Supongo que, con el paso del tiempo, todo el mundo se olvidará de mi tema de composición y volveremos a 'Voyage autour de mon bureau', o a cualquier otra imposición venida de afuera bajo el engañoso rubro de aporte cultural." Deja gotear el lacre, morosamente, sobre la juntura del cierre, antes de moldearlo bajo la presión de su anillo de sello. No puede dejar de pensar en la fugacidad de su iniciativa educacional. No sabe cuán equivocada está. Una gota de lacre, lustrosa, ha modelado un diminuto montículo sobre la mesa.

de "La mesa de los Galanes", Ediciones de la Flor